La princesa de la boca de fresa
Se dice que los poetas modernistas retrataban mujeres bellas y gráciles: la donna angelicata. Por supuesto, se tiende a imaginar mujeres preciosas y atractivas, pero en el poema La sonatina de Rubén Darío ¿qué nos obliga a aceptar que la triste princesa no sea, por ejemplo, como una de esas que pinta Fernando Botero (si es que aceptamos que eso no son, a su manera, donnae angelicatae)? Sí, ciertamente la princesa de la boca de fresa yace a la espera de un noble y recio caballero que la llene y enamore, pero solamente le da alguna esperanza en este asunto su hada madrina, personaje que aparece ya al final del poema y que, de hecho, se nos presenta como un ser tan irreal como los propios caballeros andantes que la princesa fantasea. ¿Pudiera ser que la princesa no fuera un ser deseado, más que por algún caballero andante, pero también de esos que pinta Botero? La princesa de la boca de fresa Lo que sí que queda claro en el poema es la realidad gris de la vida de la princesa, hasta el punto de que el tema del poema, más que la princesa misma como motivo central (donna angelicata), parece ser eso: el formidable aburrimiento, la pasividad. Esos “suspiros” que “se escapan de su boca de fresa” son sin duda los suspiros del tedio. Porque la donna angelicata es aquí un ser sin obligaciones ni desafíos, amodorrado en su cuarto a la espera que la llamen a comer, entregado su vago pensamiento a imprecisas ensoñaciones, tal vez con la boca abierta (“la libélula vaga de una vaga ilusión”); ensoñaciones más bien egocéntricas y narcisistas. Y no parece muy respetuoso con el gran poeta del modernismo quedarse con la idea de que Rubén Darío fuese en realidad un fetichista de las cositas de princesas. Es más digno pensar que la elección de la princesa como protagonista del poema permitió al autor ahorrarse un montón de explicaciones prosaicas: todo el mundo sabe que las princesas no tienen ocupaciones importantes ni han de encargarse de las fatigosas tareas que ya desempeña el servicio de palacio; todos sabemos que la princesa es un ser aburrido, inmerso en el ocioso dolce far niente. Si el propósito de Rubén Darío era hablar del tedio, ¿qué mejor que una princesa para encarnarlo, no necesariamente como algo propio de princesas, sino como aquello que todos tenemos en común con ellas: el denso y ahogante tedio de los domingos por la tarde?, ¿o acaso ese señor ya cincuentón, empleado de Danone, que en sus días de descanso fantasea con ciertas actrices o cantantes famosas no es también una princesa de la boca de fresa?


