Parte 1: Breve comentario sobre el Hades y el concepto griego de ψυχή
En Odisea XI, 475-476 Aquiles define en pocas palabras cómo son los habitantes del Hades: «ἔνθα τε νεκροὶ ἀφραδέες ναίουσι, βροτῶν εἴδωλα καμόντων», algo así como: «aquí habitan muertos desposeídos de sentidos, simulacros de mortales que han sucumbido a las fatigas de la vida». Muertos que no sienten nada, simulacros, ilusiones, imágenes engañosas de lo que fueron alguna vez los vivos.
Eso que va al Hades, y que Aquiles deja claro que no es «otra vida» que suceda a la terrenal, en griego se llama ψυχή. Son las ψυχαί las que van al Hades. La ψυχή es lo que se pierde cuando uno muere.
Hay que convivir con algo que para nosotros es una dualidad, pero no para los griegos: la ψυχή nos parece a la vez algo palpable, sensible —como sensible es el hecho de que el vigor de la vida abandone el cuerpo, detenga el aliento y el corazón, y deje los miembros inertes—, y también etéreo, inmaterial —como lo es la imagen engañosa, el fantasma de alguien. Las ψυχαί van al Hades, pero «ellos mismos» —según el proemio de la Ilíada— se quedan como despojos (ἑλώρια) para perros y aves de carroña. ¿Significa eso que lo que va al Hades ni siquiera se puede considerar una parte del hombre?
Los muertos «están» en el Hades sin sentir nada, sin pensar nada. En otras palabras: no están en el Hades porque el Hades no es ningún lugar. Buena prueba de ello es el que en Odisea XI los muertos aparezcan con la armadura ensangrentada, etc., es decir, tal y como abandonaron el mundo.
Desde tiempos de Aquiles, el Hades se ha ido llenando de simulacros.
Parte 2: Jaime
Jaime vive solo después de un doloroso divorcio que le costó buena parte de la hacienda. Suele aprovechar las tardes para tomarse una copa en el bar DNI —llamado así por su proximidad con una oficina de expedición de documentos de identidad— y pasar el rato con otros hombres separados. A los veinte años Jaime viajó por Italia y desde entonces se ha considerado un aventurero. A veces cuenta alguna peripecia de juventud a los asistentes al simposio de cada tarde en el DNI, otras veces sencillamente sostiene su copa de Jerez o su cerveza y observa detenidamente el brillo de las luces del techo sobre el cristal, y contempla también el mundo distorsionado a través de la copa, cerrando un ojo para ganar precisión, y sonríe satisfecho y sorbe un poco más de líquido, finalmente, y de vez en cuando saluda con la cabeza a Julio, el dueño, mientras Javier y José están de espaldas en la barra del bar tomándose un carajillo o un anís. Si entra una señorita, los tres tuercen el cuello para perseguirla con la mirada. Dependiendo del aspecto que tenga, sonríen y emiten ruidos o regresan a sus copas brillantes. Cuando llega la hora, Julio los invita a salir. Hasta mañana.
